Ayer le confesé a mi ocasional compañera de lado, luego de la misa de noche por Jueves Santo, que me gustaría pasarla en algún lugar solitario, llámese playa, campo abierto (mismas montañas o cerros de la sierra) o zonas que no conozco y allá intentar descubrir o elevar mi lado espiritual, a solas entre el creador y su creación.
Eso me hizo recordar lo que le dije al cura cuando me confesé más temprano, que a veces tenía ganas de ser como esos ermitaños que se aíslan y tratan de profundizar y meditar sobre sus vidas, sobre las cosas. Parecerá tonto, pero últimamente tengo esa especie de sed por aspectos más allá de este mundo, como queriendo buscar respuestas a cosas que bien he escuchado por tradición o bien he leído por profundizar en conocer. Pero también me llama el espíritu de aventura, de saberme de esta tierra, de ser un ser más que se mueve como los otros sobre el mundo, y así, errante descubrirme y descubrir las pocas maravillas que alcance a ver.
Se bien que uno y otro aspecto pueden ir de la mano pero queda en mí “concertar” –vaya palabra que se me vino a la mente- por que los miedos e inseguridades sobre lo que desconozco o lo que dejaría por aventurarme a nuevas empresas me restringen un poco, aunque no del todo. Y así viene al caso las oportunidades que surgen en el camino, las posibilidades de irse a zonas nuevas e intentar abrirse camino. Algunos conocidos ya lo hicieron y me pregunto ¿por qué no?
El romper bruscamente con lo que es ya parte de nuestras vidas, a lo que estamos continuamente acostumbrados es un poco difícil pero he allí la cuestión a saber: el saber tomar decisiones, decisiones que dependen sólo de uno, decisiones que afectarán a otros y decisiones que nos llevarán a lo desconocido para recomenzar en muchas ocasiones solo con la esperanza de un futuro nuevo.
Aquí me encuentro escribiendo este post a la volada, recordando lo que dije ayer en una conversación que luego asocié con mis ansias de mirar siempre adelante pero aún teniendo en cuenta lo que ahora es parte de mi vida para saber tomar decisiones correctas.
Eso me hizo recordar lo que le dije al cura cuando me confesé más temprano, que a veces tenía ganas de ser como esos ermitaños que se aíslan y tratan de profundizar y meditar sobre sus vidas, sobre las cosas. Parecerá tonto, pero últimamente tengo esa especie de sed por aspectos más allá de este mundo, como queriendo buscar respuestas a cosas que bien he escuchado por tradición o bien he leído por profundizar en conocer. Pero también me llama el espíritu de aventura, de saberme de esta tierra, de ser un ser más que se mueve como los otros sobre el mundo, y así, errante descubrirme y descubrir las pocas maravillas que alcance a ver.
Se bien que uno y otro aspecto pueden ir de la mano pero queda en mí “concertar” –vaya palabra que se me vino a la mente- por que los miedos e inseguridades sobre lo que desconozco o lo que dejaría por aventurarme a nuevas empresas me restringen un poco, aunque no del todo. Y así viene al caso las oportunidades que surgen en el camino, las posibilidades de irse a zonas nuevas e intentar abrirse camino. Algunos conocidos ya lo hicieron y me pregunto ¿por qué no?
El romper bruscamente con lo que es ya parte de nuestras vidas, a lo que estamos continuamente acostumbrados es un poco difícil pero he allí la cuestión a saber: el saber tomar decisiones, decisiones que dependen sólo de uno, decisiones que afectarán a otros y decisiones que nos llevarán a lo desconocido para recomenzar en muchas ocasiones solo con la esperanza de un futuro nuevo.
Aquí me encuentro escribiendo este post a la volada, recordando lo que dije ayer en una conversación que luego asocié con mis ansias de mirar siempre adelante pero aún teniendo en cuenta lo que ahora es parte de mi vida para saber tomar decisiones correctas.
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