Te dejo los conejos ¡Por favor, cuídalos y hazles un encerradito de palos para que no se salgan! –le digo a mi prima Kathia, de 14 años. Acompañándola está Rossibell, de 12, mientras la curiosidad atrae a Belissa de 9 y Júnior de 7. ¡Está más crecido el nene!
Rossi carga a la última de sus hermanos de apenas menos de un año. Su nombre no lo se y me olvidé preguntarlo. ¿Será por el apuro de Lena esperándome fuera de la casa de mis tíos? Tíos que no están: el uno en Chulucanas (a 50 Km.) en una junta de trabajo, la otra en Piura (a 100 Km.), haciendo compras para el negocio en casa que ahora los hijos atienden. Menos mal que el pueblo es tranquilo y que los parientes están muy cerca porque me daría pena dejarlos solos sin cuidado de alguien más. Mientras tanto, Lena sigue afuera, esperándome.
Los conejos son de ella, a los cuales no quieren ya en su casa “porque ensucian y no hay suelo (solo piso asfaltado) como para que anden a gusto” –decía Lena-. Uno era mío, el más pequeño ¿o pequeña? No lo se, no tuve tiempo para ver su sexo… En fin, no tenía espacio en mi casa tampoco para quedármelos, así que con pena nos fuimos a dejarlos a La Matanza, pueblo de origen de mis padres. Allá están sus familias y la mayoría de sus sobrinos –mis primos-. Otros pocos viven en Piura.
Tras dejar en buenas manos los conejos, nos enrumbamos de regreso a Piura. Lena estaba triste, le apena haberse desecho de sus coneja (la madre), que incluso estaba preñada, pequeño detalle que olvidé mencionar a mis primos. Pero ¡ánimo!, lo veremos el otro mes. “Sí, pero ya estaba acostumbrada”, me responde tristemente.
Ya en Piura, quedamos para vernos más tarde ese día. Era su cumpleaños y quería animarla por que parecía fuera de sí. La “China”, como le llamo, no acostumbra celebrarlo por que su credo no permite hacer bailes ni tomar bebidas con alcohol, lo cual respeto. Me gusta su vida sana y, me crean o no, me sirve de aliciente para no andar con excesos, aunque algunas veces no está mal un bailecito y unas copitas, pero sin abusos. Aún no se cómo nos complementamos teniendo costumbres diferentes, ¿será acaso ese sentimiento tan propio del amor, respeto, tolerancia y comprensión del que tanto hablan y que pocos entienden? Pero aún nos mantenemos acompañándonos, ¿no socia?
Entonces, ¿te veo más tarde? –le pregunté tras llegar a la urbe-. ¡Sí, pero me llamas antes de irme a buscar-, responde la china. Y así quedamos. Lo de después es parte de otra historia que tal vez me anime a escribir, aunque es penosa.
Rossi carga a la última de sus hermanos de apenas menos de un año. Su nombre no lo se y me olvidé preguntarlo. ¿Será por el apuro de Lena esperándome fuera de la casa de mis tíos? Tíos que no están: el uno en Chulucanas (a 50 Km.) en una junta de trabajo, la otra en Piura (a 100 Km.), haciendo compras para el negocio en casa que ahora los hijos atienden. Menos mal que el pueblo es tranquilo y que los parientes están muy cerca porque me daría pena dejarlos solos sin cuidado de alguien más. Mientras tanto, Lena sigue afuera, esperándome.
Los conejos son de ella, a los cuales no quieren ya en su casa “porque ensucian y no hay suelo (solo piso asfaltado) como para que anden a gusto” –decía Lena-. Uno era mío, el más pequeño ¿o pequeña? No lo se, no tuve tiempo para ver su sexo… En fin, no tenía espacio en mi casa tampoco para quedármelos, así que con pena nos fuimos a dejarlos a La Matanza, pueblo de origen de mis padres. Allá están sus familias y la mayoría de sus sobrinos –mis primos-. Otros pocos viven en Piura.
Tras dejar en buenas manos los conejos, nos enrumbamos de regreso a Piura. Lena estaba triste, le apena haberse desecho de sus coneja (la madre), que incluso estaba preñada, pequeño detalle que olvidé mencionar a mis primos. Pero ¡ánimo!, lo veremos el otro mes. “Sí, pero ya estaba acostumbrada”, me responde tristemente.
Ya en Piura, quedamos para vernos más tarde ese día. Era su cumpleaños y quería animarla por que parecía fuera de sí. La “China”, como le llamo, no acostumbra celebrarlo por que su credo no permite hacer bailes ni tomar bebidas con alcohol, lo cual respeto. Me gusta su vida sana y, me crean o no, me sirve de aliciente para no andar con excesos, aunque algunas veces no está mal un bailecito y unas copitas, pero sin abusos. Aún no se cómo nos complementamos teniendo costumbres diferentes, ¿será acaso ese sentimiento tan propio del amor, respeto, tolerancia y comprensión del que tanto hablan y que pocos entienden? Pero aún nos mantenemos acompañándonos, ¿no socia?
Entonces, ¿te veo más tarde? –le pregunté tras llegar a la urbe-. ¡Sí, pero me llamas antes de irme a buscar-, responde la china. Y así quedamos. Lo de después es parte de otra historia que tal vez me anime a escribir, aunque es penosa.
Sucedido el 13 del presente
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